sábado, marzo 30, 2013

Seis son, según el profesor de Harvard (Niall Ferguson), las razones que instauraron aquel predominio (el de la cultura occidental): la competencia que atizó la fragmentación de Europa en tantos países independientes; la revolución científica, pues todos los grandes logros en matemáticas, astronomía, física, química y biología a partir del siglo XVII fueron europeos; el imperio de la ley y el gobierno representativo basado en el derecho de propiedad surgido en el mundo anglosajón; la medicina moderna y su prodigioso avance en Europa y Estados Unidos; la sociedad de consumo y la irresistible demanda de bienes que aceleró de manera vertiginosa el desarrollo industrial, y, sobre todo, la ética del trabajo que, tal como lo describió Max Weber, dio al capitalismo en el ámbito protestante unas normas severas, estables y eficientes que combinaban el tesón, la disciplina y la austeridad con el ahorro, la práctica religiosa y el ejercicio de la libertad.
... pero en el libro de Niall Ferguson (Civilización: Occidente y el resto, 2012) hay una ausencia que, me parece, contrarrestaría mucho su elegante pesimismo. Me refiero al espíritu crítico, que, en mi opinión, es el rasgo distintivo principal de la cultura occidental, la única que, a lo largo de su historia, ha tenido en su seno acaso tantos detractores e impugnadores como valedores, y entre aquellos, a buen número de sus pensadores y artistas más lúcidos y creativos. Gracias a esta capacidad de despellejarse a sí misma de manera continua e implacable, la cultura occidental ha sido capaz de renovarse sin tregua, de corregirse a sí misma cada vez que los errores y taras crecidos en su seno amenazaban con hundirla. A diferencia de los persas, los otomanos, los chinos, que, como muestra Ferguson, pese a haber alcanzado altísimas cuotas de progreso y poderío, entraron en decadencia irremediable por su ensimismamiento e impermeabilidad a la crítica, Occidente —mejor dicho, los espacios de libertad que su cultura permitía— tuvo siempre, en sus filósofos, en sus poetas, en sus científicos y, desde luego, en sus políticos, a feroces impugnadores de sus leyes y de sus instituciones, de sus creencias y de sus modas. Y esta contradicción permanente, en vez de debilitarla, ha sido el arma secreta que le permitía ganar batallas que parecían ya perdidas.
Mario Vargas Llosa, Apogeo y decadencia de Occidente.

Sacado de la wiki

viernes, marzo 01, 2013

Submarine (2010) - Richar Ayoade



La costumbre asocia al cine europeo con gafas de pasta, guiones oligofrénicos y profundidades superfluas. Lo cool es que las pelis lleven mensaje hiperprofundo incorporado, que no se entienda una puta mierda y que la artesanía brille por su ausencia. Es decir, darle fondos al drogadicto de turno para que se vaya de fiesta durante varios meses y lo grabe en vídeo. Es la marca Europa.

Por fortuna, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia (y hay unas cuantas). Llevo algunos años viendo un tipo de cine endémico de Europa de difícil clasificación estética, pero culturalmente pegadizo. No hay ni choque ni fascinación; me entra como el desayuno. Hablo de las pelis de Haneke; a lasde Von Trier, las últimas de Oliveira; a, perdón por la comparación, series como Black Mirror, Misfits, Skins (!). Y a Submarine.

Habrá gente que dirá que la ha visto y que no ha entendido una puta mierda. Lo que puede querer decir que lo han entendido: no hay una puta mierda que entender. Es una película artesana, hecha para sí misma, porque al director le ha salido así, como un parto, sin dar explicaciones. No hay militancia, ni moral, ni educación ni compromiso. Solo cine.

Estéticamente es austera. Huye de la belleza sin caer en el feísmo. Pocos diálogos, pocos colores (2), monólogos exiguos. Los personajes están definidos pero no destripados. No son ni guapos ni feos. No es la palabra. No es una buena película. No es una mala película. No es otra cosa que una película.

Si este es el camino del cine europeo, a mí me gusta. La neutralidad artística, sin contradicciones, o toda contradicción, paradoja y solución a la vez. después del romanticismo y el postromanticismo ya estamos hasta los huevos de los extremos, el idealismo y las depresiones. Ahora nos gusta el silencio, muy bien manejado en la peli por cierto; huir de las discusiones y las revoluciones, y jugar con la imaginación. Lo que viene a ser, volver a la infancia.


Lo único que lamento es no haberla visto en inglés.