viernes, octubre 19, 2007

Alegato de Howard Roark - De El Manantial, de Ayn Rand


Miles de años atrás, un gran hombre descubrió cómo hacer fuego. Probablemente fue quemado en la misma estaca que había enseñado a encender a sus hermanos. Seguramente se le considero un maldito que había pactado con el demonio. Pero, desde entonces, los hombres tuvieron fuego para calentarse, para cocinar, para iluminar sus cuevas. Les dejó un legado inconcebible para ellos y alejó la oscuridad de la Tierra. Siglos más tarde un gran hombre inventó la rueda. Probablemente fue atormentado en el mismo aparato que había enseñado a construir a sus hermanos. Seguramente se le consideró un trasgresor que se había aventurado por territorios prohibidos. Pero desde entonces los hombres pudieron viajar más allá de cualquier horizonte. Les dejó un legado inconcebible para ellos y abrió los caminos del mundo.

Ese gran hombre, el rebelde, está en el primer capítulo de cada leyenda que la humanidad ha registrado desde sus comienzos. Prometeo fue encadenado a una roca y allí devorado por los buitres, porqué robó el fuego a los dioses. Adán fue condenado al sufrimiento porque comió del fruto del árbol del conocimiento. Cualquiera sea la leyenda, en alguna parte en las sombras de su memoria, la humanidad sabe que su gloria comenzó con un gran hombre y que ese héroe pagó por su valentía.

A lo largo de los siglos ha habido hombres que han dado pasos en caminos nuevos sin más armas que su propia visión. Sus fines diferían, pero todos ellos tenían esto en común: su paso fue el primero, su camino fue nuevo, su visión fue trascendente y la respuesta recibida fue el odio. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos, inventores, enfrentaron solos a los hombres de su época. Todo nuevo pensamiento fue rechazado. Toda nueva invención fue rechazada. Toda gran invención fue condenada. El primer motor fue considerado absurdo. El avión imposible. El telar mecánico, un mal. A la anestesia se la juzgó pecaminosa. Sin embargo, los visionarios siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron por su grandeza. Pero vencieron.

Ningún creador estuvo impulsado por el deseo de servir a sus hermanos, porque sus hermanos rechazaron siempre el regalo que les ofrecía, ya que ese regalo destruía la rutina perezosa de sus vidas. Su único móvil fue su verdad. Su propia verdad y su propio trabajo para concretarla a su manera: una sinfonía, un libro, una máquina, una filosofía, un aeroplano o un edificio; eso era su meta y su vida. No aquellos que escuchaban, leían, trabajaban, creían, volaban o habitaban lo que él realizaba. La creación, no sus usuarios. La creación, no los beneficios que otros recibían de ella. La creación que daba forma a su verdad. Él sostuvo su verdad por encima de todo y contra todos.

Su visión, su fuerza, su valor, provenían de su espíritu. El espíritu de un hombre es, sin embargo, su ego, esa entidad que constituye su conciencia. Pensar, sentir, juzgar, obrar son funciones del ego.

Los creadores no son altruistas. Ese es todo el secreto de su poder. Son autosuficientes, auto inspirados, auto generados. Una causa primigenia, una fuente de energía, una fuerza vital, un primer motor original. El creador no atiende a nada ni a nadie. Vive para sí mismo.

Y solamente viviendo para sí mismo, el creador ha sido capaz de realizar esas cosas que son la gloria de la humanidad. Tal es la naturaleza de la creación.

El hombre no puede sobrevivir, salvo mediante su propia mente. Llega desarmado a la Tierra. Su cerebro es su única arma. Los animales obtienen el alimento por la fuerza. El hombre no tiene garras, ni colmillos, ni cuernos, ni gran fuerza muscular. Debe cultivar su alimento o cazarlo. Para cultivar, necesita un proceso de su pensamiento. Para cazar, necesita armas y para hacer armas necesita de un proceso de pensamiento. Desde la necesidad más simple hasta la más alta abstracción religiosa, desde la rueda hasta el rascacielos, todo lo que somos y todo lo que tenemos procede de un solo atributo del hombre: la función de su mente razonadora.

Pero la mente es una propiedad individual. No existe tal cosa como un cerebro colectivo. No hay tal cosa como un pensamiento colectivo. Un acuerdo realizado por un grupo de hombres es sólo una negociación de principios o un promedio de muchos pensamientos individuales. Es una consecuencia secundaria. El acto primordial, el proceso de la razón, debe ser realizado por cada persona. Podemos dividir una comida entre muchos, pero no podemos digerirla con un estómago colectivo. Nadie puede usar sus pulmones para respirar por otro. Nadie puede usar su cerebro para pensar por otro. Todas las funciones del cuerpo y del espíritu son personales. No pueden ser compartidas ni transferidas. Heredamos los productos del pensamiento de otros. Heredamos la rueda. Hicimos un carro. El carro se transformó en automóvil. El automóvil ha llegado a ser un avión.

Pero a lo largo del proceso, aquello que recibimos de los demás es el producto final de su pensamiento. La fuerza que lo impulsa es la facultad creativa que toma ese producto como un material, lo usa y origina el siguiente paso. Esta facultad creativa no puede ser dada ni recibida, compartida, ni concedida en préstamo. Pertenece a un ser único y singular. Aquello que se crea es propiedad de su creador. Las personas aprenden una de otra, pero todo aprendizaje es solamente un intercambio de material. Nadie puede darle a otro la capacidad de pensar. Sin embargo, esa capacidad es nuestro único medio de supervivencia.

Nada nos es dado en la Tierra. Todo lo que necesitamos debe ser producido. Y aquí el ser humano afronta su alternativa básica, la de que puede sobrevivir en sólo una de dos formas: por el trabajo autónomo de su propia mente, o como un parásito alimentado por las mentes de los demás. El creador es original. El parásito es dependiente. El creador enfrenta la naturaleza a solas. El parásito enfrenta la naturaleza a través de un intermediario.

El interés del creador es conquistar la naturaleza. El interés del parásito es conquistar a los hombres.

El creador vive para su trabajo. No necesita de otros hombres. Su fin esencial está en sí mismo. El parásito vive de otros. Necesita de los demás. Los demás se convierten en su motivo principal

La necesidad básica del creador es la independencia. La mente que razona no puede trabajar bajo ninguna forma de coerción. No puede ser sometida, sacrificada o subordinada a ninguna consideración, cualquiera sea esta. Exige una independencia total en su función y en su móvil. Para un creador todas las relaciones con los hombres son secundarias.

La necesidad básica del parásito es asegurar sus vínculos con los hombres para que lo alimenten. Coloca las relaciones en primer lugar. Declara que el hombre existe para servir a los demás. Predica el altruismo.

El altruismo es la doctrina que exige que el hombre viva para los demás y coloque a los otros sobre sí mismo.

Pero nadie puede vivir para otro. No puede compartir su espíritu, como no puede compartir su cuerpo. El parásito se vale del altruismo como arma de explotación e invierte los principios morales del género humano. Les enseña a los hombres preceptos para destruir al creativo. Les enseña que la dependencia es una virtud.

Quien intenta vivir para los demás es un dependiente. Es un parásito en su motivación y hace parásitos a quienes sirve. La relación no produce más que una mutua corrupción. Es imposible conceptualmente. Lo que más se aproxima a ello en la realidad –el hombre que vive para servir a otros- es el esclavo. Si la esclavitud física es repulsiva, ¿cuánto más repulsivo es el servilismo del espíritu? El esclavo conquistado tiene un vestigio de honor, tiene el mérito de haber resistido y de considerar que su condición es mala. Pero aquel que se esclaviza voluntariamente, en nombre del amor, es la más baja de las criaturas. Degrada la dignidad humana y degrada el concepto de amor. Esta es la esencia del altruismo.

A los hombres se les ha enseñado que la virtud más alta no es crear, sino dar. Sin embargo, no se puede dar lo que no ha sido creado. La creación es anterior a la distribución, pues, de lo contrario, no habría nada que distribuir. La necesidad de un creador es previa a la de un beneficiario. No obstante, se nos ha enseñado a admirar al parásito que distribuye como regalos lo que no ha producido. Elogiamos un acto de caridad. Nos encogemos de hombros ante un acto de realización.

Se nos ha enseñado que la primera preocupación debe consistir en aliviar el sufrimiento de los demás. Pero el sufrimiento es una enfermedad. Si uno se la encuentra, intenta dar consuelo y asistencia. Hacer de eso el más alto testimonio de virtud es considerar al sufrimiento como lo más importante de la vida. Entonces el hombre debe desear ver sufrir a los demás para poder ser virtuoso. Tal es la naturaleza del altruismo. El creador no tiene interés en la enfermedad, sino en la vida. Sin embargo, la obra de los creadores ha eliminado una enfermedad tras otra, en el cuerpo y en el espíritu humanos, y ha producido más alivio para el sufrimiento que lo que cualquier altruista pueda jamás concebir.

Se nos ha enseñado que es una virtud estar de acuerdo con los otros. Mas el creador es alguien que disiente. Se nos ha enseñado que es una virtud nadar con la corriente. Pero el creador nada contra la corriente. Se nos ha enseñado que estar juntos constituye una virtud. Pero el creador está solo.

Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo de mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa, no siente, no juzga, no actúa. Esas son funciones del ego.

En esto la reversión de los valores básicos es más mortífera. Toda virtud ha sido pervertida y al hombre no se le ha dejado libertad alguna. Como polos del bien y del mal, se le ofrecieron dos concepciones: altruismo y egoísmo. El altruismo se define como el sacrificio del yo por los otros. El egoísmo, como el sacrificio de los otros por el yo..... Esto ató al hombre irrevocablemente a otros hombres y no le dejó más que una elección de dolor: su propio dolor en aras del bien de los demás, o el dolor de los demás en aras de su propio bien. Cuando se agregó la monstruosa idea de que el hombre debe encontrar felicidad en el sacrificio, la trampa quedó sellada. El hombre se vio forzado a aceptar el masoquismo como su ideal, con el sadismo como alternativa. Este es el fraude más terrible que se ha perpetrado en contra de la humanidad.

Este es el sacrificio por el cual la dependencia y el sufrimiento se perpetuaron como los fundamentos de la vida.

No se trata de elegir entre el auto sacrificio y dominación, sino entre independencia y dependencia. El código del creador o el código del parásito. Esta es la cuestión básica, cuestión que descansa sobre la opción de la vida o la muerte. El código del creador está construido sobre las necesidades de la mente que razona y que permite al hombre sobrevivir. El código del parásito está construido sobre las necesidades de una mente incapaz de sobrevivir. Todo lo que procede del ego independiente es bueno. Todo lo que procede del parásito dependiente es malo.

El verdadero egoísta no es quien sacrifica a los demás. Es el que no tiene necesidad de usar a los demás de ninguna forma. No obra por medio de ellos. No está interesado en ellos en ningún aspecto fundamental. Ni en su objeto, ni es su móvil, ni en su pensamiento, ni en su deseo, ni en la fuente de su energía. El verdadero egoísta no vive para ninguna otra persona y no le pide a nadie que viva para él. Esta es la única forma de fraternidad y de respeto mutuo posible entre los seres humanos.

Los grados de capacidad varían, pero el principio básico es siempre el mismo: la medida de la independencia de alguien, su iniciativa y su amor por su trabajo determinan su talento y su valor. La independencia es la regla para evaluar la virtud y el valor humano. Lo que vale es lo que el hombre es y hace de sí mismo, no lo que haya o no haya hecho por los demás. No hay sustitutos para la dignidad personal. No hay más parámetro de la dignidad personal que la independencia.

En las relaciones adecuadas no hay sacrificio de nadie hacia nadie. Un arquitecto necesita clientes, pero no subordina su obra a los deseos de ellos. Ellos lo necesitan, pero no le encargan una casa sólo para darle trabajo. Las personas comercian por libre y mutuo consentimiento, y en beneficio mutuo, cuando sus intereses coinciden y ambos desean el intercambio. Si alguno no lo desea, no está obligado a tratar con el otro, entonces ambos siguen buscando. Esta es la única forma posible de relación entre iguales. Cualquier otra es una relación de esclavo y amo, de víctima y verdugo.

Ningún trabajo se hace colectivamente por la decisión de una mayoría. Todo trabajo creativo se realiza bajo la guía de un único pensamiento individual. Un arquitecto necesita muchos hombres para levantar un edificio, pero no les pide que sometan a votación su diseño. Trabajan juntos por libre acuerdo y cada uno es libre en su función respectiva. Un arquitecto emplea acero, cristal y cemento que otros han producido. Pero esos materiales siguen siendo sólo acero, cristal y cemento hasta que él los utiliza. Lo que él hace con ellos es su producto y su propiedad como individuo. Esta es la única forma de cooperación entre los hombres.

El primer derecho en la Tierra es el derecho al ego. El primer deber del hombre es para consigo mismo. Su ley moral consiste en nunca hacer de los demás su objetivo principal. Su obligación moral es hacer lo que él desee, siempre que su deseo no dependa primordialmente de los demás. Esto incluye las acciones del creador, el pensador y el verdadero trabajador. Pero no incluye las del gángster, el altruista y el dictador.

Una persona piensa y trabaja sola. Pero no puede robar, explotar ni gobernar sola. El robo, la explotación y el gobierno presuponen la existencia de víctimas. Implican dependencia. Corresponden a la jurisdicción del parásito.

Los que gobiernan no son egoístas. No crean nada. Existen, enteramente, a través de los demás. Su fin está en sus súbditos, en la actividad de esclavizar. Son tan dependientes como el mendigo, el trabajador social o el bandido. La forma de dependencia carece de importancia.

Pero se nos ha enseñado a considerar a los parásitos, tiranos, emperadores y dictadores, como los exponentes del egoísmo. Mediante este fraude fuimos obligados a destruir al ego, a nosotros mismos y a los demás. El propósito del fraude fue destruir a los creadores, o someterlos, que es lo mismo.

Desde el principio de la historia, los dos antagonistas han estado frente a frente: el creador y el parásito. Cuando el antiguo creador inventó la rueda, el antiguo parásito respondió inventando el altruismo.

El creador, negado, combatido, perseguido, explotado, continuó, siguió adelante y guió a toda la humanidad con su energía. El parásito no contribuyó en nada, más allá de los obstáculos. La contienda tiene otro nombre: lo individual contra lo colectivo.

El bien común de una colectividad, una raza, una clase, un Estado, ha sido la pretensión y la justificación de toda tiranía que se haya establecido sobre los hombres. Los mayores horrores de la historia han sido cometidos en nombre de móviles altruistas. ¿Acaso alguna vez algún acto de generosidad altruista ha igualado a todas las carnicerías perpetradas por los discípulos del altruismo? ¿El defecto reside en la hipocresía humana, o en la naturaleza del principio? Los carniceros más temibles han sido los más sinceros. Creían en la sociedad perfecta alcanzada mediante la guillotina y el pelotón de fusilamiento. Nadie cuestionó su derecho a asesinar, porque asesinaban con un propósito altruista. Se aceptó que el hombre debe ser sacrificado por otros hombres. Cambian los actores, pero el curso de la tragedia se mantiene idéntico: un humanitario que empieza con declaraciones de amor hacia la humanidad y termina con un mar de sangre. Continúa y continuará mientras los hombres crean que una acción es buena si no es egoísta. Eso permite que el altruista actúe y obliga a su víctima a soportarlo. Los líderes de los movimientos colectivistas no piden nada para sí mismos pero miren los resultados.

El único bien que los hombres pueden darse recíprocamente y la única declaración de su correcta relación es: ¡Déjenme en paz!

sábado, octubre 06, 2007

Maurice Ravel - Concierto para piano en Sol M

Maurice Ravel (1875-1937) empezó a estudiar piano a los siete años, e ingresó en el Conservatorio de París cinco o seis años después. Aunque podría haber sido un gran concertista, no alcanzaba los cánones necesarios y fué expulsado en 1985 (no haber conseguido ningún premio en ese periodo lo alejaba de ser un concertista de altos vuelos y lo colocaba más bien como un músico de segunda).

Ravel no se dió por vencido y decidió que lo suyo era la composición. A finales de los 90 (del s.XIX) ya tenía algunas piezas que se mantenían en repertorio, como Menuet antique y Pavane pour une infante défunte, Sites auriculaires para dos pianos, una sonata para violín y piano y algunas canciones. En 1987 volvió al conservatorio y estudió composición con Gabriel Fauré y contrapunto con André Gédale. Siguió sin conseguir premios en contrapunto, ni fuga, ni nada, y sus intentos de ganar el gran premio de Roma durante cinco años fueron en balde.

De todas formas, para entonces ya era un compositor completo y en las siguientes tres décadas compuso obras en gran variedad de géneros y consiguió algo de renombre, sobre todo por sus giras tocando sus propias obras.

Entre 1929 y 1930 Ravel compuso sus dos conciertos para piano casi simultáneamente: el Concierto en Re Mayor para la mano izquierda y el Concierto en Sol Mayor. Aunque aparecieron bastante tardíamente para ser su instrumento principal, Ravel ya empezó a pensar en un concierto para piano y orquesta allá por 1906, sobre unos temas vascos, que provisionalmente tituló Zazpiak-Bat. En 1913 informó a su amigo Igor Stravinsky que estaba retomando este trabajo, pero en 1914 se marchó al sur de Francia para evitar la Primera Guerra Mundial, dejando los bocetos en París. Este fué el final del concierto Zazpiak-Bat, aunque mucho después parte de su material fué reutilizado en el Concierto en Sol Mayor.

Sobre la gestación de este concierto, la pianista Marguerite Long (a la que va dedicado) recuerda la primera noticia que tuvo de su existencia, en algun momento de la década de los 20:
Estabamos cenando en casa de Mme de Saint-Marceaux cuando Ravel me dijo, sin venir a cuento: "estoy escribiendo un concierto para ti. ¿Te importa si acaba pianissimo y con trinos?" "por supuesto que no", le contesté, demasiado feliz por conseguir el sueño de todo virtuoso.
No se volvió a saber nada hasta 1927, la fecha del viaje de Ravel a Norte América. A su vuelta, tras el estreno de su concierto para la mano izquierda por parte del pianista Paul Wittgenstein, que perdió el brazo derecho en la Primera Guerra Mundial, empezaron las negociaciones para estrenar el Concierto en Sol Mayor en Holanda, donde el Concertgebow anunció su estreno con el compositor como solista para el 9 de marzo de 1931. De hecho, Ravel se retractó del regalo a Marguerite Long, envalentonado por su gira norteamericana, queriendo estrenarlo él mismo, a pesar de sus problemas de salud. Según Long:

Las largas horas dedicadas a los estudios de Chopin y Liszt lo fatigaron mucho. Aún siendo evidente que no podía, seguía empecinado en ser él el primero en interpretar esta obra, y fué sólo cuando le presionaron sus amigos ... que se dió cuenta de las dificultades que se le presentaban para realizar la formidable empresa.

Se puede entender cómo me dominó la agitación cuando el 11 de noviembre de 1931 Ravel telefoneó desde Monfort l'Amaury anunciando su llegada inmediata con el manuscrito. Apenas me había arreglado cuando entró con las preciadas páginas en la mano. Rápidamente fuí hasta la última página para ver el pianissimo y los trinos; ¡se habían convertido en fortissimo y novenas percusivas!
Ravel más tarde comentó:

El concierto en Sol Mayor costó dos años de trabajo. El tema de apertura me vino en un tren entre Oxfor y Londres, pero la idea inicial no es nada. Entones es cuando empieza el trabajo de esculpirlo. Pasan los días cuando el compositor empieza a pensar que la inspiración le ha golpeado. Frenéticamente anota sus pensamientos en un trozo de papel. Escribir música es en un setenta y cinco por cien una actividad intelectual. El esfuerzo a menudo es más placentero que el descanso, para mi.
Más tarde, cuando describió el concierto a su amigo M.D.Calvocorerssi, dijo:

Un concierto en el verdadero sentido de la palabra: quiero decir que está escrito con el mismo espíritu con que Mozart y Saint-Saëns escribían los suyos. La música de un concierto debe ser, en mi opinión, ligera y brillante, y no centrarse en la profundidad o los efectos dramáticos. Se ha dicho de ciertos clásicos que sus conciertos no fueron escritos 'para' piano si no 'contra' el piano. Estoy totalmente de acuerdo. Pretendía titular este concierto 'Divertimento'. Entonces se me ocurrió que no había ninguna necesidad de hacer eso por que el título 'concierto' debía ser suficientemente claro.
Bastante desconcertante, pues a ver quien acusa de falta de profundidad al concierto para la mano izquierda o al segundo movimiento del propio concierto en Sol Mayor.

El concierto empieza con un latigazo, seguido de una orquesta pequeña pero con carácter, junto con el piano, que al poco introduce una lenta y jazzística melodía, probablemente pensada para seducir al público americano en su gira de 1928.
El Adagio es extraordinario, recordando la profundidad y quietud de las Gymnopedies de Erik Satie. El piano empieza sólo, y durante unos tres minutos interpreta lo que parece un lento vals, aunque desconcertante por los ritmos cruzados entre acompañamiento y melodía. El tiempo parece suspendido para cuanto entra la orquesta con los vientos madera, introduciendo un contrasujeto que se contrapone a las filigranas del piano. En algún momento Ravel dijo que el modelo de este movimiento era el análogo del quinteto para clarinetes de Mozart, que siguió como guía absoluta.
El conjuro se rompe con el poderoso y virtuosístico tercer movimiento, que vuelve a introducir temas jazzísticos e incluso más latigazos, que refuerzan la unidad con el primer movimiento. Termina con un tremendo golpe de timbal.

La versión que cuelgo no tengo ni idea de quién es, lleva tiempo en un CD y no recuerdo cual era el original. Además es la única que tengo. Que la disfruten.

http://rapidshare.com/files/60677154/Concierto_para_piano_en_Sol_M.rar.html

lunes, octubre 01, 2007

Dos tipos de música

"Probablemente no haya ni buena ni mala música. Sólo hay música que nos excita y música que nos deja indiferentes. Eso es todo."

Probablemente, Shostakovich tenía razón cuando dijo estas palabras. Y eso si las dijo, porque aparecen en sus memorias, recogidas por Solomon Volkov, y negadas por la mujer de Shostakovich tras su muerte. Pero claro, cómo no las iba a negar su mujer si pone a parir al régimen soviético y por aquel entonces aún existía la URSS. Una palabra a favor y habría significado el borrado del nombre de Shostakovich, el hundimiento soviético de su prestigio y de las prebendas de su viuda.

P.D: Bueno, dicho esto, también es verdad que el libro de Solomon Volkov tiene muchos puntos para ser falso.

Integral de Sibelius en camino

Parece que una tal Bis Records está preparando la edición completa de las obras de Sibelius. Ya me extrañaba a mi que en el 50 aniversario de su muerte nadie se acordara de él. Aunque sólo llevan dos volúmenes, menudo currazo. Aquí el link, y gracias al forense Zelenka:

Todo Sibelius